Rojer (Chiqui) Martínez Becerra
Asesor Legal FEDJUVE y ex Dirigente FUL
Pasaron
cinco años del asalto al Hotel Las Américas, para que el vaticinio se
cumpliera. Las
mentiras se han desenmascarado, pero la verdad absoluta de los hechos aún
permanece oculta en el piso ensangrentado del cuarto 458 del tercer piso.
La
lúgubre noche del 15 de abril del 2009, un soñador, poeta, cineasta y humanista
culto cerró sus ojos pensando en un mañana mejor para su Santa Cruz que tanto
amaba. Esa tierra de valientes, de luchadores, de gente que se ganó el
privilegio del reconocimiento ajeno en base al arduo esfuerzo.
Antes
de acostarse, entre sonrisas se despidió de sus jóvenes amigos europeos que lo
acompañaban en el mismo piso del hotel.
Ellos
ignoraban que en la habitación contigua acechaba la muerte. Un vil despiadado
se alojó en Las Américas y tras cerciorarse que sus presas estaban indefensas,
como un ladrón de vidas salió a hurtadillas a la medianoche y dio la orden más
cruel: ¡Mátenlos! A
las 03.00 de la madrugada, en medio de la profundidad del sueño, los feroces
asesinos llegaron con sus metrallas. Apagaron las cámaras para que no se
filmara la ejecución. Desalojaron a punta de pistolas a los demás huéspedes y
personal de servicio, para que no hubiera testigos del crimen de lesa
humanidad.
Y
cuando todo estaba preparado, derrumbaron las frágiles puertas marrones del
tercer piso del hotel abriendo fuego a mansalva hacia las desprevenidas
víctimas.
Rozsa
Flores estaba durmiendo, desnudo en su cama, convaleciente de la fiebre del
dengue y más indefenso que una gacela en la jungla, ‘Chico’, como se llamaba en
su película, vio el fin de sus célebres días en ese triste lugar. Siete
cobardes balazos segaron su vida luego de sufrir una larga sesión de tortura,
donde le rompieron la nariz, el pómulo derecho, le destrozaron los hombros a
balazos y quien sabe que cosas más.
Las
autopsias develaron el final desgarrador del héroe húngaro-croata que odió el
comunismo, que públicamente rechazó la violencia y el terrorismo como
mecanismos de lucha por la libertad.
Rózsa
Flores presentaba una herida en la cabeza, que le destrozó el cerebro y heridas
en ambos hombros. Las señales de torturas eran más que evidentes, hieren a la
inteligencia, profanan cualquier sentimiento de humanidad.
La
pericia forense afirmo que la trayectoria de las balas fue de arriba hacia
abajo, por lo que se puede entender que el fallecido se encontraba en el piso o
agazapado cuando le llegaron los impactos, con las manos atadas.
El
huésped de la habitación 458 sufrió otros tres balazos en la parte derecha del
tórax y una última bala en la base del dedo pulgar de su mano izquierda. Los
especialistas aseguraron que el deceso fue a consecuencia de un traumatismo
encéfalo craneano por proyectil de arma de fuego, anemia aguda y heridas
múltiples en tórax y abdomen por balazos.
Similar
suerte sufrieron sus vecinos de los cuartos 456 y 457, sin embargo, uno de los
sobrevivientes, Elöd Tóásó, aseguro que vio al más joven del grupo, Michael
Dwyer con vida en el aeropuerto, donde recibió un balazo, y luego fue acomodado
en su cuarto para que mostrase que murió desangrado y no ejecutado al borde del avión militar como realmente
ocurrió.
Mientras
que Árpád Magyarosi sufrió los embates de la furia de sus descontrolados
verdugos en su misma habitación. Fue torturado por más de una hora antes de que
le quitaran su vida. La autopsia al húngaro de solo 28 años señala que fue
maniatado, torturado, golpeado y ejecutado con 7 tiros; hasta morir sofocado en
su propia sangre en medio del regocijo de sus implacables asesinos.
Los
dos sobrevivientes, Tóásó y Mario Tadic, que por azares de la vida estaban en
las piezas 455 y 454, escaparon a la muerte en el hotel pero fallecieron
civilmente porque desde su aprehensión sufren el tormento de estar presos en La
Paz, sin haber cometido algún delito, y sabiendo desde el primer día que su
sentencia esta dictada. No se libraron ambos de la feroz paliza propinada por
el grupo Utarc, que llevó adelante la ejecución, así como tampoco de otras
vejaciones que avergüenzan a la policía boliviana en la comunidad
internacional.
Una
hora después del allanamiento al edificio ubicado entre las calles 21 de Mayo y
Seoane, y cuando aún retumbaba el estruendo de los balazos criminales en los
pasillos, apareció entre el humo de la pólvora y las manchas de sangre en el
piso, el otro huésped macabro del hotel, Luis Nolberto Clavijo Castro. Vestido
de civil, con mocasines y su característica sonrisa despótica; el exdirector general
de Régimen Interior que comandó y planificó el asalto y las ejecuciones, dio el
visto bueno a la operación; celebrando los sangrientos resultados. Al menos así
se lo ve en los videos filtrados por la policía Marilyn Vargas alias Karen, que
estuvo en el lugar.
Desde
aquella madrugada, el Gobierno del MAS ha subyugado a Santa Cruz, desmembrado a
sus familias, encarcelado a sus hijos y perseguido a todo aquel que piensa
diferente. Exhibieron a las víctimas de este acto como Si fueran el mayor
trofeo de este Gobierno, los fríos cadáveres de tres personas que no le
hicieron mal a nadie en Bolivia, pero que con su muerte enviaron una señal de
que este gobierno está dispuesto a todo para perpetuarse en el poder.
Según
versiones actuales de los trabajadores del Hotel Las Américas se afirma que el
espectro de Eduardo Rozsa aún pide justicia a sus asesinos y por eso deambula
clamando por ella en la habitación 458 donde fuera cobardemente ajusticiado
luego de sufrir horas de inmerecida tortura. Habitación que encierra la verdad
de toda esta tragicomedia.
Parte
del legado del huésped 458 quedará en la eternidad mediante sus poemas. Él
escribió: “Más vale perder hoy una batalla, que llorar eternamente por el
combate nunca iniciado”, y “Donde no hay luz, no hay sombra. Donde no hay luz
no hay nada. Y en esa profunda nada, sólo el sedoso brillo de tus ojos, el
recuerdo es lo que me salva”.
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